Un
día de sol
Por. Isidoro A. Gómez Montenegro.
Al
iniciar esta entrega quisiera mencionar un fragmento del poema de Dylan Thomas
que dice más o menos así: “No entréis mansos en la noche postrera, arda y brame
la vejez al final del día, rugid, rugid, cuando la luz muera”.
A
principios de año supimos que mis padrinos de lazo Jesús Sarmiento y Silvia
López, cambiarían de residencia, mi padrino aquejado por las dolencias, de sus
ochenta años, camina ayudado de la andadera en estas últimas fechas y lee sin
lentes, pero a mi madrina Silvia ya le resulta imposible darle mejor atención.
Era
necesario que sus hijos cerraran filas y se hicieran cargo de ellos, no
pensaron irse tan pronto de la colonia.
Con
mi madrina platicaba de sus viajes a Europa, sobre todo al Vaticano, en Italia
vive una hija, de su trabajo como traductora para Editoriales Diana y Novaro y
secretaria del cantante Alfredo Citarrosa.
Con
mi padrino resultaba un poco difícil, es muy callado, averigüé de los viajes
que hizo a Europa, uno a Guyana muy joven, que su maestro de literatura fue
Carlos Pellicer y de su enorme pasión por los barcos.
En
los ríos de mi imaginación veo las imágenes que dejaron en la casa donde
vivieron, cuando paso frente a ella, creo ver sus auras tristes, el barandal
tubular que mandó a hacer mi madrina a medida que él fue teniendo dificultad
para caminar.
El
almendro y el laurel de la india quedaron como huella de nuestra separación,
pienso… no debo ser egoísta, ellos allá están bien en Cd. del Carmen, en el
trópico, ahí les deben provocar imágenes sin sombras.
La
última semana pude con ayuda de mi padrino terminar un artículo sobre una
conferencia que se sustentó hace cuatro años sobre la fundación de
Cosoleacaque, Ver. , me hizo una división de los piratas y discrepó de algunas
cosas que el Dr. en Historia había dicho, su memoria es sorprendente, toda una
pared llena de libros, más de mil, en diferentes idiomas, tuvo a bien
obsequiarme dos de ellos.
Me
dijo: He tenido la satisfacción de haber concluido mis estudios de Ingeniero y
de leer la tesis con que se Doctoró en Italia mi hija, Irasema, rebasó en
número de páginas la mía, pues cuenta
con 350 páginas.
Me
dijo que ya no esperaba mucho de la vida, regresaba al punto donde todos
regresamos y a pesar de los adelantos de la medicina, hay algunas enfermedades
que solo se controlan, como el Parkinson que padece, a pesar de todo yo lo veía
contento, su hija Nayhelli no dejaba de empacar, salieron mucho esa semana, el reloj
implacable de la vida hace que todo plazo se cumpla.
Me
dedicó unas palabras que grabé, preludio de una despedida, para mí y para
América, están guardadas, aprendemos de su aprecio silencioso. Nos dijo que éramos gente de ambiciones, en
el buen sentido de la palabra, por el gusto de la lectura. Un domingo muy
temprano, era día del padre, empezó la mudanza, mi madrina me hizo dos regalos,
la obra completa de Edgar A. Poe y Azteca. Un día de sol, los rayos se
proyectaban en nuestros cuerpos, sentimos el abrazo cordial de nuestros padrinos,
nos dieron las gracias por haber sido buenos vecinos, buenos ahijados.
Nayhelli
manejaba el Ford Fiesta, empezó a recorrer la jungla de asfalto, en ese
acontecer, un día que debería ser de alegría, estaba con mis hijos, nueras y
nietas, la mesa se llenaba de regalos, el dejo de tristeza por la despedida.
Tengo la confianza que aunque geográficamente están distantes, los llevo
guardados en mi corazón, aún sin verlos están en mi pensamiento.
Cuando
no se escriben las palabras ni se dicen se ulceran en la boca, deben estamparse
sobre el papel, transmitir a través de la tinta el sentimiento.
En
este mes se cumplen seis años de “Un día de sol”. Mi padrino partió al más
allá, mi madrina vive ahora en México con Nayhelli. Irasema sigue en Italia con
sus dos hijos, Tonatiuh, dos nietas, un nieto y su hija mayor en Cd. del
Carmen.
“Aquello
que sale del corazón lleva el matiz y el color de su origen” O. Wendell.