Aquélla
golondrina
Por. Isidoro A. Gómez Montenegro.
Mientras
el céfiro de la noche aumenta, las calles de la Col. Guerrero se vuelven
desoladas, en las esquinas pequeños grupos, mujeres de rostro triste, esperan
cliente.
Una
de ellas, alejada, luce su figura, casi siempre viste de negro o gris, con
gruesas trenzas o cola de cabello, grandes ojos, llama la atención.
La
conocí hace algunos años, por casualidad, éramos compañeros en la misma
pensión. Gloria me dijo que se llamaba, forzosamente pasaba por mi cuarto para
llegar a la cocina, si mi puerta estaba abierta, me saludaba, a veces me
contaba cosas de su azarosa vida, de las que yo dudaba.
Sin
maquillaje y con el cabello suelto era aún más bonita, que cuando la veía en la
esquina, ella nunca lo supo, no se lo dije, me gustaba escucharla.
Decía
que padecía de ataques y perdía el conocimiento y al volver en sí, no recordaba
nada, ni quién era. Su familia se aprovechó de su situación para despojarla de
algunas propiedades, argumentaron que estaba loca, le siguieron un juicio de
interdicción, lo peor no era eso, sino que la ingresaban al Fray Bernardino,
Hospital de salud mental, la llevaban después de que vagaba descalza por las
calles. Los pacientes realmente enfermos la golpeaban, no la dejaban descansar,
después, los médicos la sometían a largos interrogatorios, para dejarla salir
del hospital. ¿Cómo te llamas?, ¿Qué día es hoy?, ¿Dónde vives?, si contestaba
bien le permitían salir, sino la trasladaban a otro pabellón.
Decía
que era triste ver a las mujeres deambular por los pasillos en bata, desnudas
bajo ella, algunas en sus días, escurría entre sus piernas su signo de mujer,
no les proporcionaban toallas sanitarias.
Uno
de sus compañeros, el que conoció por casualidad se encargaba de sacarla del
hospital, otra persona caritativa la llevó a otro médico, le dio tratamiento y
logró superar los ataques, le diagnosticó cierto grado de epilepsia.
A
partir de entonces hicieron el esfuerzo de trabajar, él como vendedor de
seguros, ella a su rutina de las noches, sin dejar su tratamiento, para no
volver a repetir los ataques.
Esto
me lo platicó mientras preparaba la comida, esperaba a su compañero, prometía
convidarme, al llegar él, la comida era olvidada, mientras, yo salía a caminar.
Después
de varios años volví a México, pregunté por Gloria, “La golondrina”, la portera
me informó que en esos años no ha sufrido ataques, ni perdido la memoria, lo
más interesante es que recuperó sus propiedades, ahora se dedica al alquiler de
departamentos.
Por
supuesto mi época de zagal ha pasado, mi corazón ha dejado de ser tierra donde
anidaron briosos corceles, de vez en cuando camino por las calles, espero
encontrar, aquélla golondrina.
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