José Emilio Pacheco
“Se fue
quedando dormido, se fue a su sueño, el sueño de su poesía”. Cristina Pacheco.
En abril de
2011 fuimos a Monterrey a visitar a mi suegra y a la boda de una de mis sobrinas,
un fin de semana dijo el tío José Alberto, vamos a visitar parte de la historia
de los regiomontanos y subimos a la camioneta, con ese fin. Yendo por
Constitución, antes de subir al centro, nos pregunta si conocemos el Museo del
Desierto de Saltillo, dijimos que no, entonces dice vamos. Enfilamos por la
súper carretera Monterrey Saltillo y en menos de lo que canta un gallo ya
estábamos ahí. Al subir por el caracol que conforma la escalera, vimos en
primer plano las letras de José Emilio Pacheco: "El desierto en el fondo
de un mar ausente... en vez de agua, peces. Huellas de naufragio... las dunas
son montañas de un día". El breve escrito describe de manera integral el
recinto.
En 2011, hicimos
un taller con los mediadores de lectura del IVEC, Lic. Rodolfo Montiel y Amairanni Montiel, Taller Literario “Homenaje a José Emilio
Pacheco”, al poeta, ensayista, traductor, novelista y cuentista mexicano nacido
en 1939. En el taller leímos “Las batallas del desierto” 1981, trabajamos con
“Irás y no volverás” 1973, “Miro la
tierra” 1986 después del terremoto del 85, en este poemario Pacheco traslada el
sentir del pueblo en esa catástrofe, “El viento distante”.
En la Revista Siempre formó la página cultural
al lado de Monsiváis, no era solo compañero. También era amigo. Al Recibir el
Premio Reina Sofía, recuerda que sus amigos Monsiváis y Sergio Pitol se
encuentran enfermos.
Leyendo
algunas de las entrevistas que ha concedido Cristina Pacheco a diversos medios
me llama la atención que dice: José Emilio era claustrofóbico, no le gustaban
los lugares cerrados, es probable que le incineren y que sus cenizas sean
esparcidas en Veracruz, le gustaba el puerto, ojalá sea cierto y tengamos en el
mar veracruzano sus cenizas que sigan inspirando a los poetas que viven en
Veracruz.
La poesía se
encuentra de luto, se están muriendo los poetas, los grandes Maestros, con la
muerte de José Emilio Pacheco van dos, elevemos oraciones para que no siga
febrero llevándoselos, ¿qué haremos sin el disfrute de la poesía, de la buena
lectura?, incitemos a quienes gustan de la poesía a leer y compartir.
Lo último que platicó Cristina con él fue poco, lo encontró mal (el
viernes). No le dolía el golpe que se dio en la cabeza, pero sí estaba a
disgusto, incómodo. Le dio una pastilla para dolor. Le pidió una pastilla para
dormir. Comieron juntos, vieron las noticias en la tele. Comentó sobre su
programa. Es algo que le agradece, porque se sentía mal y prácticamente le contó
todo el programa, como si quisiera asegurarle que lo había visto.
Se quedó dormido, ella cerca de él, en una silla, junto a su cama. Su
esposa le pregunta si quiere ir al hospital a ver al doctor, y dijo que por un
tonto golpe de cabeza no valía la pena molestarlo.
En la madrugada respiraba
normal, pero, había algo extraño. En la mañana, tempranito, le dijo: “ya es muy
tarde, no seas dormilón, porque hiciste un artículo muy bonito no voy a dejar
que te duermas hasta más tarde” se refería al artículo hecho a Juan Gelman que
terminó la noche del viernes y envió a la redacción de Proceso. Eso siempre lo
entusiasmaba. Le llevó café, se lo puso en la boca y no reaccionó.
Cristina pensó que le había
hecho mucho efecto la pastilla. Le habló fuerte, al oído, respiraba bien, no
encontraba qué hacer tan temprano. Le puso perfume de agua, corriente, pero que
le fascinaba. Creyó que ‘el olor lo haría reaccionar’. Lo abrazó para ver qué
estaba pasando, sentir su temperatura, al tomarlo de la mano vio que estaba
morada y gris. Llamó a su doctor, le dijo lo que pasaba, cuánto tiempo había
dormido, y el doctor dijo: ‘no está dormido, está inconsciente’.
Dr. tiene las palmas azules,
no me gusta. ‘A mí menos’, respondió el doctor, ‘llame a una ambulancia y
lléveselo pero ya al hospital’. El doctor nos ayudó a encontrar a esas horas
habitación, pues es muy difícil, es un servicio muy solicitado.
Dos neurocirujanos
coincidieron en algo terrible, pero, esclarecedor; dijeron: ‘es tanta la
hemorragia que tiene que la operación no va a resultar bien. Hay 95 por ciento
de probabilidades de que quede en estado vegetativo’.
“Jamás le hubiera yo hecho a
José Emilio semejante cosa, ni siquiera a cambio de tenerlo en mi casa y poder
tocarle la mano. Nunca hubiera querido tenerlo convertido en un vegetal y en
una persona que no pudiera hacer lo que más amaba en la vida, leer, escribir y
comer.
Sus hijas y ella, estuvieron
de acuerdo en que no se hiciera la operación, dejarlo tranquilo.
Se fue muriendo lentamente, en
absoluta tranquilidad. Ella estuvo a un milímetro de él, rodeándolo. No hubo
quejas. No había dolor. Los médicos aseguraron que no había dolor, ni angustia,
era lo que más temía Cristina, que lo lastimaran. No hubo curaciones absurdas
ni inútiles, no hubo medicamentos innecesarios.
“El símbolo del tiempo
fue sueño, hombre de letras, no persiguió ser mito. Cubierto del tiempo,
enlazado, la arena del reloj terminó”.
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