El
triunfo de la República
Transcrito por. Isidoro
A. Gómez Montenegro.
Mexicanos: el
gobierno nacional vuelve hoy a establecer su residencia en la ciudad de México,
de la que salió hace cuatro años. Llevó entonces la resolución de no abandonar
jamás el cumplimiento de los deberes tanto más sagrados, cuando mayor era el
conflicto de la nación.
Fue con la segura
confianza de que el pueblo mexicano lucharía sin cesar contra la inicua
invasión extranjera, en defensa de sus derechos y de su libertad. Salió el
gobierno para seguir sosteniendo la bandera de la patria por todo el tiempo que
fuera necesario, hasta obtener el triunfo de la causa santa de la independencia
y las instituciones de la República.
Lo han alcanzado
los buenos hijos de México, combatiendo solos, sin auxilio de nadie, sin
recursos, sin los elementos necesarios para la guerra, Han derramado su sangre
con sublime patriotismo, arrostrando todos los sacrificios, antes que consentir
en la pérdida de la República y de la libertad.
En nombre de la
patria agradecida, tributo el más alto reconocimiento a los buenos mexicanos
que la han defendido y a sus dignos caudillos. El triunfo de la patria, que ha
sido el objeto de sus nobles aspiraciones, será siempre si mayor título de
gloria y el mejor premio a sus heroicos esfuerzos.
Lleno de confianza
en ellos procuró el gobierno cumplir sus deberes, sin concebir jamás un solo
pensamiento de que le fuera lícito menoscabar ninguno de los derechos de la
nación. Ha cumplido el gobierno el primero de sus deberes, no construyendo
ningún compromiso en el exterior ni en el interior, que pudiera perjudicar en
nada la independencia y soberanía de la República, la integridad de su
territorio o el respeto debido a la Constitución y a las leyes. Sus enemigos
pretendieron establecer otro gobierno y otras leyes. Sus enemigos pretendieron
establecer otro gobierno y otras leyes, sin haber podido consumar su intento
criminal. Después de cuatro años, vuelve el gobierno a la ciudad de México, con
la bandera de la Constitución y con las mismas leyes, sin haber dejado de
existir un solo instante dentro del territorio nacional.
No ha querido, ni
ha debido antes el gobierno y menos debiera en la hora del triunfo completo de
la República, dejarse inspirar por ningún sentimiento de pasión contra los que
lo han combatido. Su deber ha sido y es, pesar las exigencias de la justicia
con todas las consideraciones de la benignidad. La templanza de su conducta en
todos los lugares, donde ha residido, ha demostrado su deseo de moderar, en lo
posible, el rigor de la justicia, conciliando la indulgencia con el estrecho deber
de que se apliquen las leyes, en lo que sea indispensable para afianzar la paz
y el porvenir de la nación.
Mexicanos:
Encaminemos ahora todos nuestros esfuerzos a obtener ya consolidar los
beneficios de la paz.
Bajo sus auspicios
será eficaz la protección de las leyes y de las autoridades para los derechos
de todos los habitantes de la República.
Que el pueblo y el
gobierno respeten los derechos de todos. Entre los individuos, como entre las
naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.
Confiamos en que
todos los mexicanos aleccionados por la prologada y dolorosa experiencia de las
calamidades de la guerra, cooperaremos en lo de adelante al bienestar y a la
prosperidad de la nación, que solo pueden conseguirse con un inviolable respeto
a las leyes y con la obediencia a las autoridades elegidas por el pueblo.
En nuestras libres
instituciones, el pueblo mexicano es el árbitro de la suerte. Con el único fin
de sostener la causa del pueblo durante la guerra, mientras no podía elegir sus
mandatarios, he debido, conforme al espíritu de la Constitución, conservar el
poder que me había conferido. Terminada ya la lucha, mi deber es convocar desde
luego al pueblo, para que, sin ninguna presión de la fuerza y sin ninguna
influencia ilegítima, elija con absoluta libertad a quien quiera confiar sus
destinos.
Mexicanos: Hemos
alcanzado el mayor bien que podíamos desear, viendo consumada por segunda vez
la independencia de nuestra patria. Cooperemos todos para poder legarla a
nuestros hijos en camino de prosperidad, amando y sosteniendo siempre nuestra independencia
y nuestra libertad.
Ref. LOS TITANES
DE LA ORATORIA, Editorial “Divulgación” pág. 73, 74, 75.
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