Sombras en ciudades, desiertos, valles. Deambulan sin tiempo,
escabullen la mirada, afinándola, peinan el desierto palmo a palmo, sobrevuelan
la gran urbe.
Desciende en picada, detecta una liebre, le pertenece, la pesca,
con facilidad inusitada le desgarra las entrañas estragándose con deleite el
alimento. Ejército de hormigas da cuenta, terminan con las sobras. Ahora todo
es sombra, el sol declina al poniente,
esencia crepuscular.
Se solaza en insinuantes dunas águila intensa, viajera, con sed de
dominar el firmamento. Ojos, infinita mirada, no duerme, escasamente cierra sus alas a la intemperie. Dispuestas
en la promesa de cielos, nubes, a destrozar
a cualquier otro animal, solo por instinto de supervivencia. En nuevo
amanecer; distante pálpito de oscuridad
que imanta el águila, conforma el mundo con otras aves rapaces, nocturnas telarañas formadas en
escasos árboles, busca a las de su especie, sus aromas, el color de su plumaje.
Vuela a su refugio… baluarte, en vuelo de regreso acrecienta su
magnificencia.
Equivocación derriba el instante a más de media urbe, la miel de
sus movimientos satura el aire, el viento acaricia nuestros cuerpos. Bajo las
garras de águila está la atmosfera que envuelve todo.
Tenemos espíritu de aventura; ninguno como las águilas. A diario,
dejan su esencia, marcan ritmo en su vuelo, rompen mitos.
Alguien escribió que hubo águilas bicéfalas, las águilas del huevo
de la vida, el águila posada en la estatua de la Casa Blanca.
Marcan ruta señera, no temen a la oscuridad, al insomnio, al
Universo, ni al crepúsculo.
Abren la puerta del cielo de par en par, en galvánico escarceo entre
nubes y estrellas. En resplandor argentado, el águila se congrega con su
especie, en lentos matices sus cenizas plumas se pierden en cada vuelo,
peregrinación solitaria de ave rapaz, nos recuerda nuestra condición.
Surjo al vacío interno; la melancolía baña mis pestañas.
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