martes, 4 de febrero de 2014

José Emilio Pacheco

 
José Emilio Pacheco
“Se fue quedando dormido, se fue a su sueño, el sueño de su poesía”. Cristina Pacheco.
En abril de 2011 fuimos a Monterrey a visitar a mi suegra y a la boda de una de mis sobrinas, un fin de semana dijo el tío José Alberto, vamos a visitar parte de la historia de los regiomontanos y subimos a la camioneta, con ese fin. Yendo por Constitución, antes de subir al centro, nos pregunta si conocemos el Museo del Desierto de Saltillo, dijimos que no, entonces dice vamos. Enfilamos por la súper carretera Monterrey Saltillo y en menos de lo que canta un gallo ya estábamos ahí. Al subir por el caracol que conforma la escalera, vimos en primer plano las letras de José Emilio Pacheco: "El desierto en el fondo de un mar ausente... en vez de agua, peces. Huellas de naufragio... las dunas son montañas de un día". El breve escrito describe de manera integral el recinto.
En 2011, hicimos un taller con los mediadores de lectura del IVEC,  Lic. Rodolfo Montiel y Amairanni Montiel,  Taller Literario “Homenaje a José Emilio Pacheco”, al poeta, ensayista, traductor, novelista y cuentista mexicano nacido en 1939. En el taller leímos “Las batallas del desierto” 1981, trabajamos con “Irás y no volverás” 1973,  “Miro la tierra” 1986 después del terremoto del 85, en este poemario Pacheco traslada el sentir del pueblo en esa catástrofe, “El viento distante”.
 En la Revista Siempre formó la página cultural al lado de Monsiváis, no era solo compañero. También era amigo. Al Recibir el Premio Reina Sofía, recuerda que sus amigos Monsiváis y Sergio Pitol se encuentran enfermos.
Leyendo algunas de las entrevistas que ha concedido Cristina Pacheco a diversos medios me llama la atención que dice: José Emilio era claustrofóbico, no le gustaban los lugares cerrados, es probable que le incineren y que sus cenizas sean esparcidas en Veracruz, le gustaba el puerto, ojalá sea cierto y tengamos en el mar veracruzano sus cenizas que sigan inspirando a los poetas que viven en Veracruz.
La poesía se encuentra de luto, se están muriendo los poetas, los grandes Maestros, con la muerte de José Emilio Pacheco van dos, elevemos oraciones para que no siga febrero llevándoselos, ¿qué haremos sin el disfrute de la poesía, de la buena lectura?, incitemos a quienes gustan de la poesía a leer y compartir.
Lo último que platicó Cristina con él fue poco, lo encontró mal (el viernes). No le dolía el golpe que se dio en la cabeza, pero sí estaba a disgusto, incómodo. Le dio una pastilla para dolor. Le pidió una pastilla para dormir. Comieron juntos, vieron las noticias en la tele. Comentó sobre su programa. Es algo que le agradece,  porque se sentía mal y prácticamente le contó todo el programa, como si quisiera asegurarle que lo había visto.
Se quedó dormido, ella  cerca de él, en una silla, junto a su cama. Su esposa le pregunta si quiere ir al hospital a ver al doctor, y dijo que por un tonto golpe de cabeza no valía la pena molestarlo.
En la madrugada respiraba normal, pero, había algo extraño. En la mañana, tempranito, le dijo: “ya es muy tarde, no seas dormilón, porque hiciste un artículo muy bonito no voy a dejar que te duermas hasta más tarde” se refería al artículo hecho a Juan Gelman que terminó la noche del viernes y envió a la redacción de Proceso. Eso siempre lo entusiasmaba. Le llevó café, se lo puso en la boca y no reaccionó.
Cristina pensó que le había hecho mucho efecto la pastilla. Le habló fuerte, al oído, respiraba bien, no encontraba qué hacer tan temprano. Le puso perfume de agua, corriente, pero que le fascinaba. Creyó que ‘el olor lo haría reaccionar’. Lo abrazó para ver qué estaba pasando, sentir su temperatura, al tomarlo de la mano vio que estaba morada y gris. Llamó a su doctor, le dijo lo que pasaba, cuánto tiempo había dormido, y el doctor dijo: ‘no está dormido, está inconsciente’.
Dr. tiene las palmas azules, no me gusta. ‘A mí menos’, respondió el doctor, ‘llame a una ambulancia y lléveselo pero ya al hospital’. El doctor nos ayudó a encontrar a esas horas habitación, pues es muy difícil, es un servicio muy solicitado.
Dos neurocirujanos coincidieron en algo terrible, pero, esclarecedor; dijeron: ‘es tanta la hemorragia que tiene que la operación no va a resultar bien. Hay 95 por ciento de probabilidades de que quede en estado vegetativo’.
“Jamás le hubiera yo hecho a José Emilio semejante cosa, ni siquiera a cambio de tenerlo en mi casa y poder tocarle la mano. Nunca hubiera querido tenerlo convertido en un vegetal y en una persona que no pudiera hacer lo que más amaba en la vida, leer, escribir y comer.
Sus hijas y ella, estuvieron de acuerdo en que no se hiciera la operación, dejarlo tranquilo.
Se fue muriendo lentamente, en absoluta tranquilidad. Ella estuvo a un milímetro de él, rodeándolo. No hubo quejas. No había dolor. Los médicos aseguraron que no había dolor, ni angustia, era lo que más temía Cristina, que lo lastimaran. No hubo curaciones absurdas ni inútiles, no hubo medicamentos innecesarios.
“El símbolo del tiempo fue sueño, hombre de letras, no persiguió ser mito. Cubierto del tiempo, enlazado, la arena del reloj terminó”.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario