lunes, 15 de junio de 2015

Cuerpo vacío


Cuerpo vacío

Por. Isidoro A. Gómez Montenegro

Tazas con leche de aurora

periódicos viejos y

nuevos en la mesa,

observas la caída de una estrella.

Ventanas cerradas,

hueco en la pared

atrae rayo del día.

Ni amigos, ni mujeres,

todo es caos,

esqueletos en olvidadas sillas.

Hojarasca de tilos lleva el viento

frente a puerta desierta.

Desnuda recuerdas destellos,

brilla color turquesa.

Propuesta de

insinuación de plumas

fulguran más que pájaros.

Recoge sábanas vagabundas

como sillas de velorio.

Terminamos.

Ahora…

la soledad es presa en tu boca.

Mi palabra asoma,

 permanece ajena

hasta de su cuerpo.

La oscuridad no alivia,

la soledad engaña,

metida entre sábanas sucias…

duerme.

Entre sueños

desea encender la fogata interior.

 

sábado, 13 de junio de 2015

Aquélla golondrina


Aquélla golondrina

Por. Isidoro A. Gómez Montenegro.

Mientras el céfiro de la noche aumenta, las calles de la Col. Guerrero se vuelven desoladas, en las esquinas pequeños grupos, mujeres de rostro triste, esperan cliente.

Una de ellas, alejada, luce su figura, casi siempre viste de negro o gris, con gruesas trenzas o cola de cabello, grandes ojos, llama la atención.

La conocí hace algunos años, por casualidad, éramos compañeros en la misma pensión. Gloria me dijo que se llamaba, forzosamente pasaba por mi cuarto para llegar a la cocina, si mi puerta estaba abierta, me saludaba, a veces me contaba cosas de su azarosa vida, de las que yo dudaba.

Sin maquillaje y con el cabello suelto era aún más bonita, que cuando la veía en la esquina, ella nunca lo supo, no se lo dije, me gustaba escucharla.

Decía que padecía de ataques y perdía el conocimiento y al volver en sí, no recordaba nada, ni quién era. Su familia se aprovechó de su situación para despojarla de algunas propiedades, argumentaron que estaba loca, le siguieron un juicio de interdicción, lo peor no era eso, sino que la ingresaban al Fray Bernardino, Hospital de salud mental, la llevaban después de que vagaba descalza por las calles. Los pacientes realmente enfermos la golpeaban, no la dejaban descansar, después, los médicos la sometían a largos interrogatorios, para dejarla salir del hospital. ¿Cómo te llamas?, ¿Qué día es hoy?, ¿Dónde vives?, si contestaba bien le permitían salir, sino la trasladaban a otro pabellón.

Decía que era triste ver a las mujeres deambular por los pasillos en bata, desnudas bajo ella, algunas en sus días, escurría entre sus piernas su signo de mujer, no les proporcionaban toallas sanitarias.

Uno de sus compañeros, el que conoció por casualidad se encargaba de sacarla del hospital, otra persona caritativa la llevó a otro médico, le dio tratamiento y logró superar los ataques, le diagnosticó cierto grado de epilepsia.

A partir de entonces hicieron el esfuerzo de trabajar, él como vendedor de seguros, ella a su rutina de las noches, sin dejar su tratamiento, para no volver a repetir los ataques.

Esto me lo platicó mientras preparaba la comida, esperaba a su compañero, prometía convidarme, al llegar él, la comida era olvidada, mientras, yo salía a caminar.

Después de varios años volví a México, pregunté por Gloria, “La golondrina”, la portera me informó que en esos años no ha sufrido ataques, ni perdido la memoria, lo más interesante es que recuperó sus propiedades, ahora se dedica al alquiler de departamentos.

Por supuesto mi época de zagal ha pasado, mi corazón ha dejado de ser tierra donde anidaron briosos corceles, de vez en cuando camino por las calles, espero encontrar, aquélla golondrina.

El centinela del olvido


El centinela del olvido

Por. Isidoro A. Gómez Montenegro.

Fui de madrugada a la Col. Moctezuma en México, a decir del taxista que nos llevó era peligroso, nos dejó cerca del cabaret Gitanerías, la puerta no representaba oposición, cualquiera podía entrar. Cruzamos el umbral de lo prohibido en perpetua penumbra, la luz negra aparentemente iluminaba el lugar, deformaba las imágenes, las convertía en hombres y mujeres de cara blancuzca y ropajes de colores, parecían en blanco y negro, la pista de baile era blanca, casi redonda, apenas se distinguían los mosaicos de granito, al fondo un conjunto, músicos, vocalista entonaban melancólica canción, el estribillo decía: “No, no quiero que te vayas, no quiero que me dejes no. No, no quiero que te vayas, no quiero que me dejes no”.

Parejas animadas por el alcohol se levantaban a bailar, entrelazándose, pegando sus cuerpos uno al otro, las mesas distribuidas en círculo, al fondo un grupo de mujeres en una mesa, a pesar de estar juntas cada uno estaba en repentina soledad, sus labios hinchaban insultos a las palabras al besar, bajo fuertes colores. Soportaban estoicas su trabajo, con resignación nocturna.

Nos sentamos cerca de la pista, Tomás, Ana, Doña Maty y otro amigo. Pedimos una botella con servicio, pagamos a la mesera, humo de  cigarrillos, vaho de alientos dipsómanos, hacían imposible descubrir imágenes a un metro de distancia.

Bailé con una dama de pelo corto, me dijo que se llamaba Laura, en un rincón aún más oscuro, mujer de fracasada sonrisa y yo un hombre de cuentas impagadas a la vida, traté de retenerla conmigo, cerré puertas y balcones imaginarios.

Me adentré en sus tristezas y sus dichas, le conté las mías, otras parejas se veían a través de libaciones del baile, soportando  abrazos fingidos, algunos besos, disculpándose por los errores de la noche.

Laura y yo bailamos hasta que dejo de tocar el conjunto, el tiempo transcurrió sin darnos cuenta, las botellas se consumieron, los amigos me apresuraban a salir, Laura decidió acompañarnos. Era noviembre, escoltados salimos del nigh club, afuera amanecía, nos envolvió la gélida neblina, a pesar del frío se dibujó ante nuestros ojos un paisaje de esperanza, iniciaba un nuevo día, un policía como centinela del olvido, patrulla la desierta acera, al volver al cuarto me recosté, mi cuerpo ocupó el lugar de la mentira.
     

Barrio pobre


Barrio pobre

Por. Isidoro A. Gómez Montenegro.

Lejos se escuchaban voces incesantes, los primeros vendedores llegaban al lugar, el ruido de cortinas de acero de los negocios, subía y el tráfago de gente por aquél barrio.

En algún tiempo había sido zona elegante, distinguida, ya entrada la mañana los puestos ambulantes invadían las aceras de las calles angostas, en donde se vendía de todo, algunos tendían cartones y exponían  su mercancía: figuras de cerámica, estatuillas de bronce, lotes de libros de buena calidad, había hasta de Leopoldo Lugonés el poeta, La isla de los hombres solos, La vida de George Sand etc., otros vendían relojes, planchas y montañas inmensas de ropa.

En el cuarto donde yacía, el sol hería mis pupilas y el frío calaba hasta los huesos, no quería levantarme, pero al rodar en la pequeña cama, ella, ya no estaba, había un papel arrugado sucio, con garabatos ilegibles y ortografía pésima, la curiosidad me llevo a estirar la mano y leer aquellas líneas, decía mi nombre al empezar, gracias por estos días, gracias por estas noches de pasión, por el consuelo de las tardes, por la alegría que me das al despertarme, pero vienen mis hijas y no podemos seguir, ¿su nombre?, no se cual decir, le habían puesto como siete Haisde, Deyanira…

Regresó al cuarto, escondí el papel, traía el desayuno, unos tamales y un poco de atole que comimos con avidez, era tan pequeño el cuarto que  solo cabía la cama, hablamos poco después del desayuno, o quizás no lo hicimos, se hizo todo silencio, no quedaba mas que decir, estaba seguro que era el último día en esa casa, recuerdo sus manos ásperas que sabían acariciar, dedicadas al trabajo, su sonrisa tratando de no mostrar tristeza, sus ojos miel pretendían guardarme para siempre, de pie era mas alta que yo, con el cabello hasta los hombros, la malla dejaba entrever su figura, no sé cuanto tiempo transcurrió, hubo un furtivo beso, la puerta se abrió, no quise volver la vista, había vuelto a amanecer.

Don Elías levantaba las cortinas de su tienda, lo saludé y me regaló un libro, El arte de la construcción poética, no nos despedimos, me dijo: que tenga buen día, otro tendero subía su cortina, me acerqué le sobé la panza al Buda como de un metro de altura, con una orla amarilla, por eso de la buena suerte, me perdí en el tráfago de gente como uno de tantos, en ese inmenso barrio.

Compré un viejo porta libros que aún conservo, no quise tirar el papel arrugado donde había escrito unas palabras amorosas y dentro de mi pensamiento repetí: Te busco en esa piel dormida, en ese trozo de papel maltratado, en ese pañuelo de cuadros que me regalaste, en el ruido de la gente que transita a mi lado, en el polvo que llevan las suelas de mis zapatos que no saben a donde ir, en una fría mañana… en un barrio pobre… lleno de objetos usados.  
 

Don Vicente Núñez borda el cielo


Don Vicente Núñez Fuentes, borda el cielo

 

El domingo pasado por la mañana temblorosa, recibí la noticia de la  partida de un gran amigo Don Vicente Núñez Fuentes, me sentí conturbado, pues compartimos muchos momentos alegres dentro del grupo cultural al que tanto afecto tuvo, nuestro viaje a Cempoala, con los familiares de Doña Ángela, la visita a la zona arqueológica, en pleno equinoccio de primavera, festejaban a San José de la montaña.

Primero nos detuvimos en la Antigua, nos explicó donde había vivido Cortés con la Malinche, más adelante visitamos la iglesia que él ayudó a construir donde se encuentra sepultado su tío, el sacerdote Julio Cepeda.

De su tío aprendió y asimiló la capacidad de compartir el ostensible amor, la generosidad con todas las bondades que se su ser emanaban, desde sus estivales días.

Antier a 23:40 inició su Ascensión entre racimos de nubes, al encuentro de nuestro Padre Celestial, ahora sus labios son fríos, arrullado en esas nubes cargadas de tenue dicha.

No sé, si tuvo oportunidad de mandar retocar la imagen de la Estela Maris,  Virgen de los marineros pintada en 1952, que vimos un poco deteriorada, lo que sí sé, es que esta primavera ya no escucharé sus historias de trashumante y tantas hermosas peripecias. 

Lo que sí escucharé, serán susurros extraños de insobornables ángeles que bajo el cielo hipnótico destellan, hoy a quién llamé mi segundo padre, va en  sueño impoluto al cielo azul, el parpadeo incendiado de su última mirada que nos regaló amigo, mentor, su voz he de extrañar en esa violenta ausencia.  

La paz le llama a otro paraje enigmático, misterioso  donde todo es silencio, resplandor callado, denso.

Fue gran pilar cultural de nuestro Diario La Opinión de Minatitlán, su función en favor de sus compañeros, recibió el reconocimiento de OCEAC cuando fue tesorero. Estuvimos en infinitas ocasiones en su casa, nos distinguió con su amistad, nos quiso a todos sus amigos entrañablemente, fue ejemplo de cordura, desapego, evitó las discusiones lábiles.

Ahora me carcome el dolor, de los abrojos que quita a su paso,  en esta partida ha habido desesperación, angustia, hace tres días elevé muchas plegarias a Dios para que mitigara sus dolores, cumplí en parte con los rituales de la misa, no he sido un hombre de corazón puro.

No habrá quien colme la sed temblorosa del cielo, cautiva en estas palabras, donde la sonrisa de la tarde, mece en hondo, perdido hasta su resurrección.

Hay palomas, aves, ululan, crascitan  para disipar el olor de las flores, gladiolas, rosas alelíes, contemplo la dulzura del alivio en esa cama, la que hace poco abandonó, le despedimos entre extraños suspiros, la voz le ha llamado, los ángeles beben el océano de la vida de hombre justo, resplandor en el deseo de esta tarde impalpable,  donde solo dormita,  no le decimos adiós.

Usted le dijo adiós a muchos grandes personajes. Se esparcirá su recuerdo en hojas húmedas de polvo, en terciopelo del viento y enramadas. En nuestros labios quedará el aroma de los que pudimos darte un beso, hoy Don Vicente Núñez Fuentes borda el cielo.

Isidoro A. Gómez Montenegro.

Panteón Hidalgo

Abril de 2015           

Un día de sol


Un día de sol

Por. Isidoro A. Gómez Montenegro.

Al iniciar esta entrega quisiera mencionar un fragmento del poema de Dylan Thomas que dice más o menos así: “No entréis mansos en la noche postrera, arda y brame la vejez al final del día, rugid, rugid, cuando la luz muera”.

A principios de año supimos que mis padrinos de lazo Jesús Sarmiento y Silvia López, cambiarían de residencia, mi padrino aquejado por las dolencias, de sus ochenta años, camina ayudado de la andadera en estas últimas fechas y lee sin lentes, pero a mi madrina Silvia ya le resulta imposible darle mejor atención.

Era necesario que sus hijos cerraran filas y se hicieran cargo de ellos, no pensaron irse tan pronto de la colonia.

Con mi madrina platicaba de sus viajes a Europa, sobre todo al Vaticano, en Italia vive una hija, de su trabajo como traductora para Editoriales Diana y Novaro y secretaria del cantante Alfredo Citarrosa.

Con mi padrino resultaba un poco difícil, es muy callado, averigüé de los viajes que hizo a Europa, uno a Guyana muy joven, que su maestro de literatura fue Carlos Pellicer y de su enorme pasión por los barcos.

En los ríos de mi imaginación veo las imágenes que dejaron en la casa donde vivieron, cuando paso frente a ella, creo ver sus auras tristes, el barandal tubular que mandó a hacer mi madrina a medida que él fue teniendo dificultad para caminar.

El almendro y el laurel de la india quedaron como huella de nuestra separación, pienso… no debo ser egoísta, ellos allá están bien en Cd. del Carmen, en el trópico, ahí les deben provocar imágenes sin sombras.

La última semana pude con ayuda de mi padrino terminar un artículo sobre una conferencia que se sustentó hace cuatro años sobre la fundación de Cosoleacaque, Ver. , me hizo una división de los piratas y discrepó de algunas cosas que el Dr. en Historia había dicho, su memoria es sorprendente, toda una pared llena de libros, más de mil, en diferentes idiomas, tuvo a bien obsequiarme dos de ellos.

Me dijo: He tenido la satisfacción de haber concluido mis estudios de Ingeniero y de leer la tesis con que se Doctoró en Italia mi hija, Irasema, rebasó en número de páginas la mía,  pues cuenta con 350 páginas.

Me dijo que ya no esperaba mucho de la vida, regresaba al punto donde todos regresamos y a pesar de los adelantos de la medicina, hay algunas enfermedades que solo se controlan, como el Parkinson que padece, a pesar de todo yo lo veía contento, su hija Nayhelli no dejaba de empacar,  salieron mucho esa semana, el reloj implacable de la vida hace que todo plazo se cumpla.

Me dedicó unas palabras que grabé, preludio de una despedida, para mí y para América, están guardadas, aprendemos de su aprecio silencioso.  Nos dijo que éramos gente de ambiciones, en el buen sentido de la palabra, por el gusto de la lectura. Un domingo muy temprano, era día del padre, empezó la mudanza, mi madrina me hizo dos regalos, la obra completa de Edgar A. Poe y Azteca. Un día de sol, los rayos se proyectaban en nuestros cuerpos, sentimos el abrazo cordial de nuestros padrinos, nos dieron las gracias por haber sido buenos vecinos, buenos ahijados.

Nayhelli manejaba el Ford Fiesta, empezó a recorrer la jungla de asfalto, en ese acontecer, un día que debería ser de alegría, estaba con mis hijos, nueras y nietas, la mesa se llenaba de regalos, el dejo de tristeza por la despedida. Tengo la confianza que aunque geográficamente están distantes, los llevo guardados en mi corazón, aún sin verlos están en mi pensamiento.

Cuando no se escriben las palabras ni se dicen se ulceran en la boca, deben estamparse sobre el papel, transmitir a través de la tinta el sentimiento.

En este mes se cumplen seis años de “Un día de sol”. Mi padrino partió al más allá, mi madrina vive ahora en México con Nayhelli. Irasema sigue en Italia con sus dos hijos, Tonatiuh, dos nietas, un nieto y su hija mayor en Cd. del Carmen.

“Aquello que sale del corazón lleva el matiz y el color de su origen” O. Wendell.