sábado, 13 de junio de 2015

Un día de sol


Un día de sol

Por. Isidoro A. Gómez Montenegro.

Al iniciar esta entrega quisiera mencionar un fragmento del poema de Dylan Thomas que dice más o menos así: “No entréis mansos en la noche postrera, arda y brame la vejez al final del día, rugid, rugid, cuando la luz muera”.

A principios de año supimos que mis padrinos de lazo Jesús Sarmiento y Silvia López, cambiarían de residencia, mi padrino aquejado por las dolencias, de sus ochenta años, camina ayudado de la andadera en estas últimas fechas y lee sin lentes, pero a mi madrina Silvia ya le resulta imposible darle mejor atención.

Era necesario que sus hijos cerraran filas y se hicieran cargo de ellos, no pensaron irse tan pronto de la colonia.

Con mi madrina platicaba de sus viajes a Europa, sobre todo al Vaticano, en Italia vive una hija, de su trabajo como traductora para Editoriales Diana y Novaro y secretaria del cantante Alfredo Citarrosa.

Con mi padrino resultaba un poco difícil, es muy callado, averigüé de los viajes que hizo a Europa, uno a Guyana muy joven, que su maestro de literatura fue Carlos Pellicer y de su enorme pasión por los barcos.

En los ríos de mi imaginación veo las imágenes que dejaron en la casa donde vivieron, cuando paso frente a ella, creo ver sus auras tristes, el barandal tubular que mandó a hacer mi madrina a medida que él fue teniendo dificultad para caminar.

El almendro y el laurel de la india quedaron como huella de nuestra separación, pienso… no debo ser egoísta, ellos allá están bien en Cd. del Carmen, en el trópico, ahí les deben provocar imágenes sin sombras.

La última semana pude con ayuda de mi padrino terminar un artículo sobre una conferencia que se sustentó hace cuatro años sobre la fundación de Cosoleacaque, Ver. , me hizo una división de los piratas y discrepó de algunas cosas que el Dr. en Historia había dicho, su memoria es sorprendente, toda una pared llena de libros, más de mil, en diferentes idiomas, tuvo a bien obsequiarme dos de ellos.

Me dijo: He tenido la satisfacción de haber concluido mis estudios de Ingeniero y de leer la tesis con que se Doctoró en Italia mi hija, Irasema, rebasó en número de páginas la mía,  pues cuenta con 350 páginas.

Me dijo que ya no esperaba mucho de la vida, regresaba al punto donde todos regresamos y a pesar de los adelantos de la medicina, hay algunas enfermedades que solo se controlan, como el Parkinson que padece, a pesar de todo yo lo veía contento, su hija Nayhelli no dejaba de empacar,  salieron mucho esa semana, el reloj implacable de la vida hace que todo plazo se cumpla.

Me dedicó unas palabras que grabé, preludio de una despedida, para mí y para América, están guardadas, aprendemos de su aprecio silencioso.  Nos dijo que éramos gente de ambiciones, en el buen sentido de la palabra, por el gusto de la lectura. Un domingo muy temprano, era día del padre, empezó la mudanza, mi madrina me hizo dos regalos, la obra completa de Edgar A. Poe y Azteca. Un día de sol, los rayos se proyectaban en nuestros cuerpos, sentimos el abrazo cordial de nuestros padrinos, nos dieron las gracias por haber sido buenos vecinos, buenos ahijados.

Nayhelli manejaba el Ford Fiesta, empezó a recorrer la jungla de asfalto, en ese acontecer, un día que debería ser de alegría, estaba con mis hijos, nueras y nietas, la mesa se llenaba de regalos, el dejo de tristeza por la despedida. Tengo la confianza que aunque geográficamente están distantes, los llevo guardados en mi corazón, aún sin verlos están en mi pensamiento.

Cuando no se escriben las palabras ni se dicen se ulceran en la boca, deben estamparse sobre el papel, transmitir a través de la tinta el sentimiento.

En este mes se cumplen seis años de “Un día de sol”. Mi padrino partió al más allá, mi madrina vive ahora en México con Nayhelli. Irasema sigue en Italia con sus dos hijos, Tonatiuh, dos nietas, un nieto y su hija mayor en Cd. del Carmen.

“Aquello que sale del corazón lleva el matiz y el color de su origen” O. Wendell.

 

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