sábado, 13 de junio de 2015

Barrio pobre


Barrio pobre

Por. Isidoro A. Gómez Montenegro.

Lejos se escuchaban voces incesantes, los primeros vendedores llegaban al lugar, el ruido de cortinas de acero de los negocios, subía y el tráfago de gente por aquél barrio.

En algún tiempo había sido zona elegante, distinguida, ya entrada la mañana los puestos ambulantes invadían las aceras de las calles angostas, en donde se vendía de todo, algunos tendían cartones y exponían  su mercancía: figuras de cerámica, estatuillas de bronce, lotes de libros de buena calidad, había hasta de Leopoldo Lugonés el poeta, La isla de los hombres solos, La vida de George Sand etc., otros vendían relojes, planchas y montañas inmensas de ropa.

En el cuarto donde yacía, el sol hería mis pupilas y el frío calaba hasta los huesos, no quería levantarme, pero al rodar en la pequeña cama, ella, ya no estaba, había un papel arrugado sucio, con garabatos ilegibles y ortografía pésima, la curiosidad me llevo a estirar la mano y leer aquellas líneas, decía mi nombre al empezar, gracias por estos días, gracias por estas noches de pasión, por el consuelo de las tardes, por la alegría que me das al despertarme, pero vienen mis hijas y no podemos seguir, ¿su nombre?, no se cual decir, le habían puesto como siete Haisde, Deyanira…

Regresó al cuarto, escondí el papel, traía el desayuno, unos tamales y un poco de atole que comimos con avidez, era tan pequeño el cuarto que  solo cabía la cama, hablamos poco después del desayuno, o quizás no lo hicimos, se hizo todo silencio, no quedaba mas que decir, estaba seguro que era el último día en esa casa, recuerdo sus manos ásperas que sabían acariciar, dedicadas al trabajo, su sonrisa tratando de no mostrar tristeza, sus ojos miel pretendían guardarme para siempre, de pie era mas alta que yo, con el cabello hasta los hombros, la malla dejaba entrever su figura, no sé cuanto tiempo transcurrió, hubo un furtivo beso, la puerta se abrió, no quise volver la vista, había vuelto a amanecer.

Don Elías levantaba las cortinas de su tienda, lo saludé y me regaló un libro, El arte de la construcción poética, no nos despedimos, me dijo: que tenga buen día, otro tendero subía su cortina, me acerqué le sobé la panza al Buda como de un metro de altura, con una orla amarilla, por eso de la buena suerte, me perdí en el tráfago de gente como uno de tantos, en ese inmenso barrio.

Compré un viejo porta libros que aún conservo, no quise tirar el papel arrugado donde había escrito unas palabras amorosas y dentro de mi pensamiento repetí: Te busco en esa piel dormida, en ese trozo de papel maltratado, en ese pañuelo de cuadros que me regalaste, en el ruido de la gente que transita a mi lado, en el polvo que llevan las suelas de mis zapatos que no saben a donde ir, en una fría mañana… en un barrio pobre… lleno de objetos usados.  
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario