Barrio
pobre
Por. Isidoro A. Gómez Montenegro.
Lejos
se escuchaban voces incesantes, los primeros vendedores llegaban al lugar, el
ruido de cortinas de acero de los negocios, subía y el tráfago de gente por aquél
barrio.
En
algún tiempo había sido zona elegante, distinguida, ya entrada la mañana los
puestos ambulantes invadían las aceras de las calles angostas, en donde se
vendía de todo, algunos tendían cartones y exponían su mercancía: figuras de cerámica,
estatuillas de bronce, lotes de libros de buena calidad, había hasta de
Leopoldo Lugonés el poeta, La isla de los hombres solos, La vida de George Sand
etc., otros vendían relojes, planchas y montañas inmensas de ropa.
En
el cuarto donde yacía, el sol hería mis pupilas y el frío calaba hasta los
huesos, no quería levantarme, pero al rodar en la pequeña cama, ella, ya no
estaba, había un papel arrugado sucio, con garabatos ilegibles y ortografía
pésima, la curiosidad me llevo a estirar la mano y leer aquellas líneas, decía
mi nombre al empezar, gracias por estos
días, gracias por estas noches de pasión, por el consuelo de las tardes, por la
alegría que me das al despertarme, pero vienen mis hijas y no podemos seguir,
¿su nombre?, no se cual decir, le habían puesto como siete Haisde, Deyanira…
Regresó
al cuarto, escondí el papel, traía el desayuno, unos tamales y un poco de atole
que comimos con avidez, era tan pequeño el cuarto que solo cabía la cama, hablamos poco después del
desayuno, o quizás no lo hicimos, se hizo todo silencio, no quedaba mas que
decir, estaba seguro que era el último día en esa casa, recuerdo sus manos
ásperas que sabían acariciar, dedicadas al trabajo, su sonrisa tratando de no mostrar
tristeza, sus ojos miel pretendían guardarme para siempre, de pie era mas alta
que yo, con el cabello hasta los hombros, la malla dejaba entrever su figura,
no sé cuanto tiempo transcurrió, hubo un furtivo beso, la puerta se abrió, no
quise volver la vista, había vuelto a amanecer.
Don
Elías levantaba las cortinas de su tienda, lo saludé y me regaló un libro, El
arte de la construcción poética, no nos despedimos, me dijo: que tenga buen
día, otro tendero subía su cortina, me acerqué le sobé la panza al Buda como de
un metro de altura, con una orla amarilla, por eso de la buena suerte, me perdí
en el tráfago de gente como uno de tantos, en ese inmenso barrio.
Compré
un viejo porta libros que aún conservo, no quise tirar el papel arrugado donde
había escrito unas palabras amorosas y dentro de mi pensamiento repetí: Te busco en esa piel dormida, en ese trozo
de papel maltratado, en ese pañuelo de cuadros que me regalaste, en el ruido de
la gente que transita a mi lado, en el polvo que llevan las suelas de mis
zapatos que no saben a donde ir, en una fría mañana… en un barrio pobre… lleno
de objetos usados.
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