sábado, 13 de junio de 2015

Aquélla golondrina


Aquélla golondrina

Por. Isidoro A. Gómez Montenegro.

Mientras el céfiro de la noche aumenta, las calles de la Col. Guerrero se vuelven desoladas, en las esquinas pequeños grupos, mujeres de rostro triste, esperan cliente.

Una de ellas, alejada, luce su figura, casi siempre viste de negro o gris, con gruesas trenzas o cola de cabello, grandes ojos, llama la atención.

La conocí hace algunos años, por casualidad, éramos compañeros en la misma pensión. Gloria me dijo que se llamaba, forzosamente pasaba por mi cuarto para llegar a la cocina, si mi puerta estaba abierta, me saludaba, a veces me contaba cosas de su azarosa vida, de las que yo dudaba.

Sin maquillaje y con el cabello suelto era aún más bonita, que cuando la veía en la esquina, ella nunca lo supo, no se lo dije, me gustaba escucharla.

Decía que padecía de ataques y perdía el conocimiento y al volver en sí, no recordaba nada, ni quién era. Su familia se aprovechó de su situación para despojarla de algunas propiedades, argumentaron que estaba loca, le siguieron un juicio de interdicción, lo peor no era eso, sino que la ingresaban al Fray Bernardino, Hospital de salud mental, la llevaban después de que vagaba descalza por las calles. Los pacientes realmente enfermos la golpeaban, no la dejaban descansar, después, los médicos la sometían a largos interrogatorios, para dejarla salir del hospital. ¿Cómo te llamas?, ¿Qué día es hoy?, ¿Dónde vives?, si contestaba bien le permitían salir, sino la trasladaban a otro pabellón.

Decía que era triste ver a las mujeres deambular por los pasillos en bata, desnudas bajo ella, algunas en sus días, escurría entre sus piernas su signo de mujer, no les proporcionaban toallas sanitarias.

Uno de sus compañeros, el que conoció por casualidad se encargaba de sacarla del hospital, otra persona caritativa la llevó a otro médico, le dio tratamiento y logró superar los ataques, le diagnosticó cierto grado de epilepsia.

A partir de entonces hicieron el esfuerzo de trabajar, él como vendedor de seguros, ella a su rutina de las noches, sin dejar su tratamiento, para no volver a repetir los ataques.

Esto me lo platicó mientras preparaba la comida, esperaba a su compañero, prometía convidarme, al llegar él, la comida era olvidada, mientras, yo salía a caminar.

Después de varios años volví a México, pregunté por Gloria, “La golondrina”, la portera me informó que en esos años no ha sufrido ataques, ni perdido la memoria, lo más interesante es que recuperó sus propiedades, ahora se dedica al alquiler de departamentos.

Por supuesto mi época de zagal ha pasado, mi corazón ha dejado de ser tierra donde anidaron briosos corceles, de vez en cuando camino por las calles, espero encontrar, aquélla golondrina.

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