El
centinela del olvido
Por. Isidoro A. Gómez Montenegro.
Fui
de madrugada a la Col. Moctezuma en México, a decir del taxista que nos llevó
era peligroso, nos dejó cerca del cabaret Gitanerías, la puerta no representaba
oposición, cualquiera podía entrar. Cruzamos el umbral de lo prohibido en perpetua
penumbra, la luz negra aparentemente iluminaba el lugar, deformaba las
imágenes, las convertía en hombres y mujeres de cara blancuzca y ropajes de
colores, parecían en blanco y negro, la pista de baile era blanca, casi
redonda, apenas se distinguían los mosaicos de granito, al fondo un conjunto,
músicos, vocalista entonaban melancólica canción, el estribillo decía: “No, no
quiero que te vayas, no quiero que me dejes no. No, no quiero que te vayas, no
quiero que me dejes no”.
Parejas
animadas por el alcohol se levantaban a bailar, entrelazándose, pegando sus
cuerpos uno al otro, las mesas distribuidas en círculo, al fondo un grupo de
mujeres en una mesa, a pesar de estar juntas cada uno estaba en repentina soledad,
sus labios hinchaban insultos a las palabras al besar, bajo fuertes colores.
Soportaban estoicas su trabajo, con resignación nocturna.
Nos
sentamos cerca de la pista, Tomás, Ana, Doña Maty y otro amigo. Pedimos una
botella con servicio, pagamos a la mesera, humo de cigarrillos, vaho de alientos dipsómanos,
hacían imposible descubrir imágenes a un metro de distancia.
Bailé
con una dama de pelo corto, me dijo que se llamaba Laura, en un rincón aún más
oscuro, mujer de fracasada sonrisa y yo un hombre de cuentas impagadas a la
vida, traté de retenerla conmigo, cerré puertas y balcones imaginarios.
Me
adentré en sus tristezas y sus dichas, le conté las mías, otras parejas se
veían a través de libaciones del baile, soportando abrazos fingidos, algunos besos,
disculpándose por los errores de la noche.
Laura
y yo bailamos hasta que dejo de tocar el conjunto, el tiempo transcurrió sin
darnos cuenta, las botellas se consumieron, los amigos me apresuraban a salir,
Laura decidió acompañarnos. Era noviembre, escoltados salimos del nigh club, afuera amanecía, nos
envolvió la gélida neblina, a pesar del frío se dibujó ante nuestros ojos un
paisaje de esperanza, iniciaba un nuevo día, un policía como centinela del
olvido, patrulla la desierta acera, al volver al cuarto me recosté, mi cuerpo
ocupó el lugar de la mentira.
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