sábado, 13 de junio de 2015

El centinela del olvido


El centinela del olvido

Por. Isidoro A. Gómez Montenegro.

Fui de madrugada a la Col. Moctezuma en México, a decir del taxista que nos llevó era peligroso, nos dejó cerca del cabaret Gitanerías, la puerta no representaba oposición, cualquiera podía entrar. Cruzamos el umbral de lo prohibido en perpetua penumbra, la luz negra aparentemente iluminaba el lugar, deformaba las imágenes, las convertía en hombres y mujeres de cara blancuzca y ropajes de colores, parecían en blanco y negro, la pista de baile era blanca, casi redonda, apenas se distinguían los mosaicos de granito, al fondo un conjunto, músicos, vocalista entonaban melancólica canción, el estribillo decía: “No, no quiero que te vayas, no quiero que me dejes no. No, no quiero que te vayas, no quiero que me dejes no”.

Parejas animadas por el alcohol se levantaban a bailar, entrelazándose, pegando sus cuerpos uno al otro, las mesas distribuidas en círculo, al fondo un grupo de mujeres en una mesa, a pesar de estar juntas cada uno estaba en repentina soledad, sus labios hinchaban insultos a las palabras al besar, bajo fuertes colores. Soportaban estoicas su trabajo, con resignación nocturna.

Nos sentamos cerca de la pista, Tomás, Ana, Doña Maty y otro amigo. Pedimos una botella con servicio, pagamos a la mesera, humo de  cigarrillos, vaho de alientos dipsómanos, hacían imposible descubrir imágenes a un metro de distancia.

Bailé con una dama de pelo corto, me dijo que se llamaba Laura, en un rincón aún más oscuro, mujer de fracasada sonrisa y yo un hombre de cuentas impagadas a la vida, traté de retenerla conmigo, cerré puertas y balcones imaginarios.

Me adentré en sus tristezas y sus dichas, le conté las mías, otras parejas se veían a través de libaciones del baile, soportando  abrazos fingidos, algunos besos, disculpándose por los errores de la noche.

Laura y yo bailamos hasta que dejo de tocar el conjunto, el tiempo transcurrió sin darnos cuenta, las botellas se consumieron, los amigos me apresuraban a salir, Laura decidió acompañarnos. Era noviembre, escoltados salimos del nigh club, afuera amanecía, nos envolvió la gélida neblina, a pesar del frío se dibujó ante nuestros ojos un paisaje de esperanza, iniciaba un nuevo día, un policía como centinela del olvido, patrulla la desierta acera, al volver al cuarto me recosté, mi cuerpo ocupó el lugar de la mentira.
     

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