martes, 16 de julio de 2013

Muerte del aeda

 
Savia meconea del cuerpo
cordón univincular a punto de cortarse,
tu cabellera abreviada a mi espalda.
Del fondo del vientre
cobremos la respiración,
en sueños nacemos a la muerte.
Desde el hondo corazón
separado por tantas cosas.
¡No!
En pecado de amor te esperaré,
prepara tus labios para el último beso,
romperemos memorias del pasado
ante el altar del tálamo mortuorio.
Ahí dame la mano generosa
para sufrir mi existencia sin compañía.
Se apartará la luz de mis ojos
próxima la partida…
se alejó el brillo
inútil de mis sentidos.
Olvidé que soy arcilla,
gusano que penetra y
regresa al polvo.
Ya no me darás tu mano
nada será mío, ni días australes
ni mansedumbre
que alimentaron
mis escasos momentos de risa.
Busco filones de caricias.
En un jardín,
te alabo con tisana de flores.
Sílabas pronunciadas,
siempre tenemos algo que mirar;
sin  fijar la vista.
 Frías mañanas de otoño
tiempo  de olvido…
triste primavera de mi vida.
Despidámonos entonces,
nadie nota cuando alguien se va
como un susurro,
como onda en agua de laguna,
zona fótica de lágrimas.
Astias abriendo brechas.
Entraré a ríos desbordados como piedra,
seré flecha lanzada al infinito
sin inseguridad en las entrañas.
Ahí, se siente la esencia de la noche,
el limo de los años.
La estulticia crea la ruptura
dejando rostro cristico de heridas,
tez azulosa, ojos secos
muertos… muertos.
Termina la sinfonía de aeda
fue mi vida
nadie la trocó.
¡Sólo la muerte!
 
 
 


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