sábado, 15 de junio de 2013

Recordando a mi padre


Escucho voces quedas del recuerdo… de melancolía, con flojera de despertar a los timbrazos del teléfono. Una noticia que no quería recibir, ineluctable, era mi madre llorosa, pasadas las seis de la mañana llamó para decir que mi padre había muerto. La mandó a dormir a las 2 de la mañana, también a mi sobrina, diciendo; estoy bien. Un 31 de diciembre en cama ortopédica, colocado de manera que pudiera respirar bien, la mascarilla de oxígeno y un aparato para sacar las flemas.

Ni gritos, ni gestos de desesperación tenía cuando llegó la ambulancia, quedó reclinado sobre el pecho con la mascarilla puesta. Aceptando la muerte como llevó la vida, con valentía. Me platicó mi hermana que cuando subieron a la ambulancia una anestesióloga pasaba por el lugar, trató de reanimarlo, lo entubó.

Ya había muerto. Conservé sus últimos zapatos por un tiempo, una camisa y un suéter que aún uso. El reloj que usó los dos últimos años de vida, que yo le había regalado, se detuvo en el tiempo, igual que su vida.

Cuando llegamos a vivir a la Unidad Nacional en Cd. Madero, plantamos muchos árboles, framboyanes, árboles mágicos y bermejas flores, un ciprés ya no existe construyeron un gran spa e hicieron un estacionamiento, en los terrenos de mi abuelo.

El cáncer que agobió a mi padre no fue causa de su muerte, murió de paro respiratorio, a pesar de las enfermedades se empeñó en bajar de la cama, para poner un adorno en el árbol de navidad.

Un 4 de abril día de su cumpleaños, platicó que de niño le regalaron un burro en su tierra natal Guadalcazar, S.L.P.   En la época de la Revolución el nació en 1913 veía como escondían el frijol, el maíz para que los revolucionarios no lo encontraran, no podían evitar es que se llevaran a las mujeres y a los jóvenes, a pesar que el mayor de sus tíos, el tío Silvano, los repelía con un viejo máuser, los tíos Margarito y Aurelio cuidaban a las mujeres y a los niños. Comprendo porqué ellos tenían una pistola en casa. Sobrevivieron  a las calamidades de la época.  

Huyeron hacia Tampico, en el viaje se desvaneció mi abuela Mariana, quedó sepultada en Tamuín, S.L.P. al igual que ella  7 de sus hijos murieron por la peste, sólo mi padre quedó vivo y siguió el camino con sus tres tíos. A tan corta edad mi padre vio morir a su madre y a sus hermanos, vio como se les caía la piel a pedazos.

Llegaron a Cd. Madero, trabajaron en el ferrocarril, después en la Compañía “El Águila”.

Un día caminando por San Juan de Letrán en la Cd. de México, me mostró el Café de los intelectuales en donde conoció a Renato Leduc.

Me dijo que fue Secretario del Interior en el Ejecutivo Nacional, visitamos  librerías del rumbo y como siempre compramos algunos libros, desayunábamos en el Café La vaca lechera, que ya no existe, visitamos varios Museos esa vez conocí la pintura de Saturnino Herrán. El Museo de Antropología e Historia, me explicó el porqué Cortes tenía las rodillas hinchadas, era por la sífilis.

A su lado escuché a Heberto Castillo, mi padre perteneció al Partido Comunista, después al Socialista. Viajó a los países que adquirieron ese modelo y enviaba sus artículos al Presidente de la CETAL, al Lic. Lombardo Toledano.

Colaboró en Siempre, Sucesos, Porqué. En el periódico El Mundo de Tampico, era Editorialista ahí se publicaron sus artículos “Un tampiqueño en China”. Fue corresponsal Del Día y de la Revista Tiempo por la amistad con Mario Gil.  Conoció a Martín Luis Guzmán, Secretario de Francisco Villa. En esa época Director de la Revista Tiempo.

Mi padre dejó un legado de más de 4,000 libros, entre ellos pasé mi infancia y adolescencia maravillándome por  lo que leía.

Conservo un busto de bronce de Carlos Marx, una figura de Napoleón. Varias figuras arqueológicas encontradas en la Huasteca, una taza de porcelana china que le regaló a América, un cenicero que trajo de uno de sus viajes. Los documentos de cuando quedó de planta, me los dio para conseguir el acuerdo 53/89.

El viento respira aire, como tañer del eco, tengo en cuenta que el hombre es polvo, su alma busca un lugar apropiado donde ir. Desde esa luminosidad adorado padre, donde hay infinitos ángeles alados que mi pensamiento no altere la paz celestial donde moras. Libre de prejuicios, quedaron encarnados en la tierra.

Entre tantos devenires nos volveremos a encontrar, los que te amamos y siempre te amaremos, tus hijos.

Gracias a ti aprendí a utilizar el cálamo  y la palabra escrita.

Escucha a distancia la elocuencia muda de mi dolor padre mío, al recordarte.

 

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